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-Bueno chicos, la clase ya se ha acabado por hoy- anuncié. Todos se levantaron rápidamente, todos menos la chica que siempre se sentaba en la primera fila, y que siempre parecía querer saber más sobre adivinación. Ella me recordaba a mí a su edad, sentada en aquella aula, atenta a las explicaciones de mi profesora de adivinación, que me había animado a saber más y a apasionarme por ese mundo que tanta curiosidad me daba. Aunque esa curiosidad me había llevado a meterme en grandes problemas en su momento, algunos casi mortales. Recogí una bola de cristal que un alumno se habría dejado, y la llevé a mi despacho. Este estaba lleno de todos los objetos adivinatorios que había podido reunir en mis viajes de investigación. Tenía objetos adivinatorios de civilizaciones perdidas, pergaminos de más de 15 siglos e incluso una profecía de la mismísima Cassandra Trelawney. Todo un paraíso para videntes, curiosos de la adivinación e historiadores. Dejé la bola en el cajón de los objetos perdidos, justo cuando mi visión se volvió completamente negra, y poco a poco, se fue convirtiendo en una clara imagen: una sala con decenas de camas blancas colocadas a lo largo de la habitación una enfrente de la otra. La enfermería. Durante unos segundos, vi la pierna vendada de un estudiante, tumbado en una de las camas. Se escuchaba un llanto. Quizás del alumno. Reaccioné de inmediato. Si un alumno iba a ser dañado, debería impedirlo, o por lo menos intentar que este daño fuera lo mínimo posible. Me dirigí rápidamente al tercer piso, junto a la puerta del aula 3C, el aula de Defensa Contra la Artes Oscuras, famosa por sus profesores extravagantes y por haber acabado con algunos alumnos en la enfermería. Me acerqué a la puerta para escuchar si podría tratarse de uno de esos días, mas hoy era un día de clase teórica, así que, proseguí mi camino, y fui al baño de Myrtle la Llorona. En algún momento de los últimos años la cámara de los secretos se había inundado, así que no debería ser ningún peligro, pero nunca estaba de más asegurarse. Myrtle flotaba de un lado a otro gritando más que llorando. Al verme llegar, se quedó flotando a unos metros de mí. -¿Vienes a echarme del único sitio que tengo, profesora McCloth?-preguntó, dejando de llorar un instante. -No es eso. ¿Sabes si alguien ha bajado a estos baños, ya sea para hacer hechizos ilegales, duelos, bajar a la cámara de los secretos o alguna otra cosa?- -Nunca nadie viene a visitarme-dijo sollozando de nuevo- No les gusto y me repudian. ¿El llanto de mi visión podía haber sido de Myrtle? ¿Una predicción de que acabaría visitándola? Aunque así fuera, ahora mismo nada era seguro, así que seguí mi búsqueda. -Gracias Myrtle, hasta pronto-dije, antes de salir corriendo hasta mi siguiente destino, la clase de transformaciones. Estaba completamente vacía. Sin duda habían debido acabar la clase un poco antes, pero no parecía haber pasado nada peligroso. En el Campo de Quidditch parecía que la clase de vuelo de los de primero ya había finalizado, ya que la profesora de vuelo estaba guardando las escobas con ayuda de unos cuantos Ravenclaw y un Slytherin. No parecía haber ningún herido, esta vez. Visité también la salida del castillo, el sauce boxeador e incluso el lago y la entrada el bosque prohibido, pero ningún alumno parecía rondar por la zona. Entonces, me encaminé a la sala de pociones. Esta estaba toda revuelta, había un par de calderos aún en el fuego y todo a su alrededor estaba lleno de un denso y pegajoso producto que aún contenía restos de pelos, semillas y algunos productos no identificados. No había llegado a tiempo y había ocurrido un accidente. Corrí hacia la enfermería y no me quedó ninguna duda de que algo había pasado. La profesora de pociones y la enfermera se encontraban ambas junto a dos alumnos, los cuales, permanecían tumbados en la cama. -¿Que ha pasado?-pregunté, acercándome a mis compañeras. -Jane- me llamó la profesora- Estas dos alumnas han estado jugando en mi clase a echar ingredientes aleatorios a la poción crece-pelo, y ha habido una explosión - las señaló. A las dos alumnas se les había llenado el cuerpo de pelo, les habían crecido largas orejas de burro a los lados de la cabeza y sus dientes se habían vuelto más gruesos y grandes. Uno de ellas, una Gryffindor tenía vendada una de las piernas, y la otra, una Ravenclaw llevaba un collarín. Parecían intentar aguantar la risa por el suceso. Al mirarse una a la otra, hacían muecas intentando contenerse la risa ante su profesora. -¡A mi no me hace ninguna gracia!- les regañó- ¡Habéis causado una explosión! ¡Os podríais haber hecho mucho daño! 20 puntos menos para ambas casas- sentenció- Y avisaré a vuestros padres. -Pero nosotras solo queríamos divertirnos...-Intentó excusarse la Gryffindor. Pero al acabar de hablar, un rebuzno salió de su boca. Ambas chicas se miraron y entonces no pudieron contener la risa. La sala se llenó de un sonido combinado entre rebuznos y grandes carcajadas. Entonces, me di cuenta que la visión sí se había cumplido. Aquellos llantos se trataban de aquel inusual sonido que había mal interpretado. Pero ¿Quién podría reconocer aquellas risas? Tanto la enfermera, como mi compañera y yo, acabamos echándonos a reír, debido a la risa contagiosa de las alumnas. En otro colegio mágico ese panorama sería visto como un suceso extraño, pero, al fin y al cabo, esto es un día normal en Hogwarts