Harry Potter Fans Spain Barcelona:Potterheads Barcelona ROL
Desde hacía meses los pasillos de Hogwarts no eran los mismos, al menos no para mi. Las estatuas de piedra parecían juzgar, más que antes, cada uno de mis pasos y los murmullos de mis ‘’compañeros’’ parecían aportarles la voz de la que carecían. De vez en cuando alguna palabra se escabullía entre sus labios con un tono algo más elevado, probablemente a propósito, escupiendo su veneno sobre mi como si de la saliva de un basilisco se tratase. Algunos me llamaban monstruo, otros engendro, siempre me sorprendía el léxico de mis compañeros cuando de hacer daño se trataba. Intentaba convencerme día tras día de que no fue mi culpa, todo el mundo debería saber que es un suicidio adentrarse en el bosque prohibido, aún más en las noches de luna llena. Pese a las frecuentes advertencias de McGonagall muchos alumnos hacían expediciones esas noches al bosque prohibido como una especie de rito de iniciación a la estupidez extrema. Casi todas esas expediciones finalizaban con solo algunos rasguños y un castigo poco severo para aquellos lo suficientemente torpes como para dejarse pillar, pero esa noche fue diferente. Nunca he sido una loba de manada, nunca me han querido en ella y yo nunca puse objeción alguna, por ello me transformaba totalmente sola en un pequeño claro que había tomado como mío hacía años. Aquella noche empezó como cualquier otra, como de costumbre el dolor en los huesos se acentuaba cada hora, notaba con cada célula de mi piel como la luna se acercaba, como me atraía hacia ella, como me llamaba. Llevaba en aquel claro varias horas pero aún faltaban más para el anochecer, trataba de distraerme del dolor leyendo, centrándome en los sonidos a mi alrededor o incluso contando las múltiples ramificaciones de los árboles más cercanos. De repente mis huesos empezaron a romperse uno detrás de otro, mi espalda comenzó a arquearse de manera inhumana y el pelo surgía de mi piel como pequeños aguijones. Sabía que el cambio era inminente pero por mas veces que ocurra nunca llegas a acostumbrarte del todo al intenso dolor que este provoca. En medio de mi agonía, a medio camino entre lo humano y lo animal logre percibir la enfermiza fascinación y los gritos ahogados de mis compañeros desde detrás de unos simples arbustos, como si sus ramas y hojas los mantuviesen a salvo del monstruo que se retorcía y gritaba de dolor frente a sus ojos. La mezcla de asco, terror y odio en sus miradas se clavaba en mi cuerpo como si de dagas envenenadas se tratase. Quería gritarles que corrieran, que huyesen, que era peligrosa, pero en vez de eso de mi garganta solo emanaban sollozos de dolor y saliva, caliente y burbujeante. Poco a poco notaba como mi humanidad se desprendía de mi, mi vista se tornaba borrosa al mismo tiempo que mi mandíbula se alargaba y unos colmillos de más de seis centímetros luchaban por romper mis encías y abrirse paso entre mis diminutos dientes. Después de eso solo recuerdo pequeños fragmentos inconexos; gritos, sangre, trozos de tela totalmente destrozados y manchados, la luz de la luna reflejada en el rostro de alguien a quien no lograba identificar, mi saliva goteando sobre su piel y finalmente un dolor punzante cerca de mis costillas. Después de eso todo se oscureció. Me desperté en brazos de alguien, mis ojos no lograban enfocar con claridad aun pero por el volumen de sus brazos y la forma en la que su barba me hacía cosquillas en los brazos solo podía ser Hagrid. Me dolía todo el cuerpo, sobretodo la mandíbula, aún no era consciente de lo que había pasado la noche anterior pero mi plácida ignorancia finalizará mas pronto de lo que creía. Cerré los ojos de nuevo, oía murmullos a mi alrededor pero estaba demasiado cansada como para lograr comprender lo que estos decían. Me desperté definitivamente en la enfermería mientras Madam Pomfrey lavaba mis brazos con un paño y agua tibia, para ser sincera no sabría decir qué emoción escondían sus ojos cuando se percató de que había despertado y estaba observando cómo deslizaba el trapo húmedo por mi piel cubierta de cicatrices, tierra y algo que en ese momento no lograba distinguir. Me dedicó media sonrisa y tras dejar el trapo en un pequeño plato lleno de agua turbia se levantó y acudió al pequeño corro que formaban la directora McGonagall, Hagrid y el señor Flitwick. Les oía murmurar pero estaban demasiado alejados como para que mi aun aturdido oído de loba descifrara lo que decían, aunque por las miradas de odio que me dedicaba el señor Flitwick de reojo y la dura, aunque triste forma que tenía McGonagall de observarme mientras sus compañeros hablaban se podía fácilmente advertir que estaban hablando de mi. A los pocos minutos McGonagall se acercó a los pies de mi cama seguida de Hagrid, Flitwick y la señora Norris, intente incorporarme pero un dolor punzante se me clavó entre las costillas he hizo que se me saltasen algunas lágrimas. Con ese dolor volvieron de golpe todos los pequeños trozos que aún podía recordar de la noche anterior y mi cabeza comenzó a unir fragmentos, en pocos segundos me di cuenta de lo que había ocurrido, el terror y el pánico debieron ser tan evidentes en mi mirada que McGonagall corrió a abrazarme. Las lágrimas brotaban de mis ojos como cascadas y solo lograba pronunciar unos lo siento ahogados e ineludibles para todo aquel que no estuviese prestando atención. Rogaba y suplicaba que me enseñase su cuerpo, necesitaba ver con mis propios ojos la atrocidad que había cometido. Desde aquella noche nada fue igual. Hogwarts nunca volvería a ser el mismo eso lo tenía claro. El bosque prohibido fue sellado totalmente y los alumnos jamás volvieron a pisar sus tierras. Y en lo que respecta a mi, jamas volví a transformarme fuera de las mazmorras de Hogwarts, el odio de mis compañeros se fue disipando con el tiempo pero el que yo me profesaba a mi misma jamás lo hizo.